por Jorge Luis Mari Becerra
1 de Junio del 2010
Cuando la piedad se pide a gritos, se clama,
debe ser inagotable. ¿No lo crees?
Debe ser inagotable,
como las milenarias y esplendorosas llamas
que en nuestro Sol resplandecen.
Cuando la piedad toca a tu puerta, te llama,
debe ser inagotable. ¿No te parece?
Deber se inagotable,
cuando el contrario es tan vil que la reclama
o tan pequeño que la merece.
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